La búsqueda del conocimiento.

 

La búsqueda del conocimiento. 

Xabier Sáenz de Gorbea

Crítico de Arte

Critíca en el catálogo exposición:

The Unified Femininity,

Fundación BBK, Bilbao.

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Es una luchadora que sueña y una idealista que trabaja duro con la realidad. Inasequible al desaliento, ha forjado un mundo y lo expande. Tiene pasión y sentimiento. No deja de hurgar en las emociones y sin embargo se esfuerza en el análisis racional de los medios plásticos y la percepción de los mismos. Hace posibles las antinomias y las relaciona. El ser humano es naturaleza, pero también el afán de superación de la cultura, su construcción. Inés Medina viaja hacia el armario más interno, se proyecta hacia la forja espiritual e introduce el raciocinio para ir más allá y contrastar experiencias. En lo pequeño y en lo grande, hay un abismo, un pozo sin fin. Todo está en todo. La abertura de una luz y la basta extensión del espacio. El espolvoreo de la materia y el sentido sin fin del color. De la línea recta a la curva. La abstracción y la referencia figurativa. La lucha y el esfuerzo de la artista se han fraguado contra el viento y la marea de las circunstancias.

Aquí y en Nueva York. Desde el refugio verde y a través de la jungla de asfalto, ha encontrado siempre difi cultades, pero ha sabido sortearlas una a una. Le ha bastado sobreponerse, tomar un respiro, exhalar alguna sonrisa y no pocas lágrimas escondidas. Ha criado dos hijas y ha edificado una plástica cuyos avances se ofrecen en una retrospectiva cuyo carácter es totalizador. Un camino de conocimiento que no cesa de interrogarse a sí mismo.

Siendo como se lleva lo vacuo, la primera ocurrencia o el escándalo, sorprende la fuerza de sus convicciones. Una investigación que no se detiene y el despliegue de unas fuerzas conducidas hasta el límite expresivo y los pliegues del lenguaje. Trabaja por series y va agrupando encuentros y análisis desde fines de los setenta hasta aquí. Su esfuerzo intelectual es enorme, tanto como el titánico trabajo para sobreponerse y dejar de lado lo fácil. Ha analizado y revisado hasta la extenuación.

Arte y vida se rememoran íntimamente, de cuyo vaciamiento surge el estímulo de la reflexión y el traslado al lenguaje. Sus lecturas son múltiples y la propia autora se ha encargado de analizar exhaustivamente todos los pasos. El resultado es abrumador, consciente y sensible, constante. Un edificio de palabras e imágenes. Una obra en marcha.

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En la Facultad de Bellas Artes de Bilbao donde estudia al final de los setenta, es una de las pocas mujeres entre muchos hombres que quieren ser artistas. Lo que añade dificultad a la dificultad. Algunos de los jóvenes compañeros de promoción son reconocidos rápidamente, incluso sin haber acabado su ciclo formativo. Es el caso de autores tan nombrados como Txomin Badiola, Juan Luis Moraza, Darío Urzay, José Chavete o Jesús Mari Lazkano que pasan después a ser destacados profesores en el propio centro, ella también. Todo el grupo expondrá conjuntamente y hará historia. Es una promoción importante.

Además, también están Marisa Fernández, Iñaki Zaldumbide o Elena Mendizabal…

Inés Medina tiene ya sus dos hijas en estos momentos. Luchadora y tenaz frente a las adversidades, abre academia con la que da a conocer un modo de sentir y analizar el arte, cuyos planteamientos proyecta en jóvenes autores que concluyen su ciclo formativo en la Facultad de Bellas Artes. Quiere entender el mundo y conocerse más profundamente, y se abisma en el estudio.

Comienza siendo expresionista (1978-79). Después se acerca a la investigación abstracta. La toma de conciencia del lenguaje plástico le conduce a un trabajo que necesita su propia técnica para concretarse. Le interesa estudiar el comportamiento y el sentido del color. Para ello no duda en usar pigmento en polvo. Una labor que lleva a cabo al mismo tiempo que Anish Kapoor, en paralelo. Mientras el artista hindú comienza a utilizar la materia como frágil vehículo para cubrir sus volúmenes cerámicos, Inés Medina lleva al límite la propia condición física del tono cromático.

La sensibilidad está a fl or de pie y no deja de escribir. Eran tiempos de poesía y de unir dibujos y experiencias en formato de libro. Tiene la necesidad de ir al encuentro de la cosas y de no dejar cabos sueltos. Hay que anudar y desanudar continuamente. La sensorialidad se desata. Y pronto llega a la espacialidad. El lienzo tiene unos límites pero son desbordados. Las formas van purificándose hasta extremos insospechados y propician la sensación de una gravedad flotante cuya pulsión se expande al territorio circundante, como si fuera una caja de luz. La sujeción plástica le conduce al territorio de la depuración absoluta. El vacío de Oteiza y el territorio de Malevich son acicates para la continuidad, el poso desde el que seguir abordando otras fases.

Viene después la tridimensionalidad. Para ello provoca el debate dialéctico entre delante y detrás y recorta el soporte con formas geométricas muy precisas. Impone así una refl exión sobre el punto de vista e interroga al cuadro, ofreciendo la posibilidad de pensar el otro lado. Puede dejar la tela casi cruda y al mismo tiempo aplica la pintura de un modo preciso en el interior, proporcionando serenas dislocaciones y armónicas transparencias. Todo es expresivo, incluso en el pliegue del menos es más. Cualquier elección resulta significante. No sólo lo depositado sobre la base material, cómo hacerlo, con qué procedimiento, sino incluso la utilización de un determinado tipo de tela, aportando un granulado, la trama de los hilos, el espesor del lienzo, su cualidad de muro. Una condición cuya conducta deriva de los minimalistas de los sesenta. Revisión que hay que añadir a las derivas espacialistas de las vanguardias históricas y de las neovanguardias de los escultores vascos.

El salto al espacio real estaba dado en cierta forma, pero se completa más rotundamente cuando ocupa todo el lugar y crea instalaciones en momentos en los que todavía no se utilizaba el término. Unos ambientes en los que a la pintura de colores saturados añade cuerdas doradas y ocupa el entorno de un modo sutilmente alusivo. El proceso le había conducido a una conciencia total y extrema, obligándola a pensar en la arquitectura.

Esculturas virtuales en el espacio real, las denomina la autora (1981-83). Le interesan tres planos: el conocimiento de los espacios interior y exterior, la desocupación del espacio interior y la ocupación de espacios exteriores durante determinados tiempos.

Desde 1982 su afán por ir más allá de la apariencia le conduce al psicoanálisis. Paulatinamente, la obra se va enriqueciendo con nuevas nociones y operadores plásticos. Es una época dura. Tiempo de renuncias y aspiraciones nuevas. Como el ave fénix emerge y no cesa de dibujar. Todos los días, sin parar. Un modo de conducir fluidamente los estados de la mente y la sensibilidad. Más retos. No pocas implicaciones y la aventura de lo por venir alumbra una obra que repliega y refugia, al mismo tiempo que se abre y crece. Entra en contacto con la materia, de la necesidad corporal al empleo de las técnicas pictóricas al uso, témperas y óleos. Época de alumbramientos y madurez. Habla de nociones, como “energía pura” y “concepto de la división plástica”. Es el origen del inicio en el uso del trabajo plástico por ordenador. Tema sobre el que matricula su tesis doctoral, dando inicio a doce años de duro esfuerzo. Lo divide en series con denominaciones como “Imagen Potencial”, “La Tensión dinámica en la pintura”, “De los Límites y sus productos”, “Despegue, o Liberación Emocional Femenina”, con sus apartados de: “Aeropuerto” “Entidades”, “Culpa”, “Doble Ortogonalidad” y “Multidimensionalidad”.

En “La Imagen Potencial” (1983-91) recurre a planteamientos estructurales neoplásticos y en base a una economía de medios trata de impulsar dimensiones interiores diversas. Es un proceso donde quiere dar sentido al reduccionismo de la geometría.

El conjunto “De los límites y sus productos” (1991-1992), serie que también ha denominado como “La forja del alma”, está influido por un primer viaje a Nueva York. La pintura en blanco y negro incide en el trabajo de la máquina electrónica y viceversa. La construcción de la tridimensionalidad pura deja de ser una entelequia y va compartiendo rigor y sentimiento. Con la obra “La lente” encuentra un pattern que la va a permitir la realización de una gran cantidad de variables.

Durante los noventa las series se suceden: “Desde la pura medida a la emoción” (1992-1993), “Despegue o Liberación emocional femenina” (1992-1995), “Pertenencia, Diferencia y Pura Energía” (1996-1999), “Los Puntos” (1996-1999), “Analizando los límites entre dos puntos. Corazón, Mente y Cerebro” (1998-2000). Son tiempos de análisis exhaustivo sobre la creación y comienzo de la reafirmación de mujer. Vive en Nueva York desde 1995 y el ordenador es una herramienta eficaz para la atomización del plano y la descarga de energía al plano.

03

Inés Medina reafi rma su trabajo en el nuevo siglo y siente la necesidad de una mayor implicación personal en la obra. Las obras de “El Mundo de lo sutil” (2000-2001) son duales. Unas imágenes recogen fragmentos anatómicos y referencias al mundo de la mujer. Son trabajos de factura suave y cargada de sutilezas. Hay transparencias y sensitivos pasos de la pincelada sobre el papel y el lienzo. Crea huecos, vulvas, fl ores, rastros de labios y óvalos diversos. Después, energía pura y color que se extiende. Unos modos que recuerdan a Esteban Vicente y Mark Rothko. La fusión cromática crea unos estímulos visuales con los que carga el cuadro de trascendencia y emotividad. “El mundo de las formas” (2001) ofrece un trabajo unitario. Elabora una misma composición y la desarrolla en el ordenador. Crea una cosmología espacial en torno a una forma central. Es como un elemento rodeado de diversas transiciones cromáticas. Creando contrastes entre figura y fondo mediante un resplandor lumínico cegador, es capaz de provocar el contraluz de algo incandescente. Un islote fulgente que va cambiando los colores y las formas.

Entre 2000 y 2004 realiza una serie de piezas tituladas poéticamente “Las flores del mal”, en referencia al libro de Charles Baudelaire, uno de los padres de la modernidad. Las obras posibilitan un imaginario cambiante. Algunas son muy enigmáticas, otras más directas y figurativas. La paleta se oscurece y se dramatizan los ecos. Sobre los fondos se perciben formas dentadas, gargantas profundas. La plasmación de volúmenes cóncavos y convexos. El dibujo conforma unos límites precisos que contiene a los colores y dota a la imagen de una sensación más constructiva. Resuelve los límites, crea bordes, anota escisiones y desdoblamientos anatómicos.

Las obras aumentan de tamaño en “La trascendencia del ego (2000-2004). La noción de lo femenina impone relaciones, presencias y revisiones. La sexualidad y la agresividad. Una abstracción simbólica. Va más allá de lo perceptual y se abisma en reivindicaciones y defensas de atávicos ajustes.

El recuerdo y la emoción forman un núcleo de cristalización en la serie “La que también soy” (2004). Se es también lo que se ha sido. La persona recupera las sensaciones en contacto con los parajes que le son empíricos y tienen resonancias con uno mismo. El retorno a la naturaleza húmeda de Euskal Herria la conecta con la infancia. En un estado sensitivo muy especial utiliza las imágenes digitales de los espacios amados y los convierte en pura exudación sensible. En las primeras imágenes todavía se reconoce el lugar, pero comienza a plegarse a las emociones. Los colores cambian y el manto vegetal es una polícroma alfombra de puntos multicolores. Un manto acogedor. Pero Inés Medina no se detiene, avanza en la experimentación y comienza a descomponer lo reconocible sin que se pierda la relación de proximidad cálida y blanda. El final del proceso conlleva el alcance de lo sublime, puros fogonazos de luces que se van fundiendo. Sin espesor alguno, nos conduce a lo inmaterial. El bosque de Arantzazu le ha servido como punto de partida para alcanzar el fulgor, la vibración íntima, el bienestar intemporal. Una identificación isomórfica entre naturaleza y conciencia, entre lo exterior y el interior. La continuidad de una relación.

“El punto trascendiendo dimensiones” (2004) está constituido sólo por un cuadro. Se trata de utilizar el punto hasta posibilitar unos desarrollos que eleve la especificidad gramatical a una condición nueva. Una exploración que le permite construir un mundo expansivo, como los albañiles, ladrillo a ladrillo.

El mundo de la mujer se aborda en “El Júbilo del Ser” (2004-2006). No se trata de estrategias estentóreas, sino el permeable análisis de sí. Hay drama, pathos, pero también otros ejercicios más poéticos y delicuescentes.Los últimos trabajos están poblados de incertidumbres. Los moldes entre figuración y abstracción no tienen sentido y se rompen una y otra vez. La artista se desplaza con total libertad y determinación. Es un momento fervoroso e implicado. Una suma de viajes. El proceso de unos flujos. El desafío de las obsesiones. La irrupción de expresiones. La luz de los afectos y los límites de los desafíos. Un todo que no cesa. La llama de lo que no extingue y se persigue. La fusión con el cuadro. El contacto más permeable con uno mismo. El abrazo de la naturaleza y la exploración de los pozos más profundos. Una sed. El aliento de la fuga y el amasijo vital. Una aceptación. El iris que se multiplica. El refugio del aliento. La confluencia entre pintura y anatomía. La toma de conciencia de una vía creativa personal. Una energía en marcha.

Xabier Sáenz de Gorbea

Crítico de arte